EDUCACIÓN UNIVERSITARIA EN BOLIVIA
Por: Alfonso Velarde
1. Introducción
La pedagogía, en el sentido estricto de la palabra, es el arte o la ciencia de educar o enseñar a los niños. Convenimos en que la pedagogía juega, en la educación de los niños, un papel preponderante en la tarea de transmitir conocimientos y habilidades y en el proceso de la formación de su personalidad. Por extensión, se entiende como pedagogía todo lo relacionado a la tarea de transmitir conocimiento a cualquier nivel. Quizás sea más adecuado hablar entonces de didáctica de la enseñanza.
En la universidad, el papel de la pedagogía pasa a un plano secundario. Esto, porque ya no estamos tratando con niños sino con jóvenes ya “formados” o quizás debiéramos decir con mayor propiedad, “deformados” por la escuela y los prejuicios inculcados desde ésta por el orden social imperante. Antes de entrar a analizar el problema concreto del papel que puede o no jugar la didáctica a nivel de la educación superior, es imperioso discutir el fondo del problema de la educación partiendo de las condiciones concretas en que ésta se desarrolla.
2. Planteamiento general
En Bolivia y en general en todos los países, se discute sobre la crisis educativa. El Banco Mundial ha diseñado una concepción de Reforma Educativa que pretende imponer en todo el mundo con un contenido político elitista y atentatorio al derecho a la educación para las mayorías, atacando el problema del bajo nivel de la educación a través de fórmulas puramente administrativas y técnicas, pretendidamente pedagógicas.
Para comenzar, los exponentes de la Reforma Educativa desde fuera y desde dentro de la universidad, dejan de lado el problema de las condiciones materiales de vida en una sociedad asentada en la desigualdad de oportunidades y recursos entre los distintos sectores sociales de la población. Esta política de Reforma Educativa, aplicada a los países atrasados busca liberar al Estado de la obligatoriedad de atender la educación pública gratuita como un derecho universal.
Con el argumento de que por sus limitaciones económicas el Estado debe priorizar sus obligaciones, propugna reducirlas a la atención de la educación básica solamente dejando paulatinamente los niveles superiores de educación en manos de la “iniciativa privada”. Si hablamos de la educación universitaria, esta política se concretiza en obligar a las universidades públicas a adecuarse a un presupuesto insuficiente para atender la demanda de educación de la mayoría de los jóvenes, tomando medidas para restringir drásticamente el ingreso (elitización) e incrementar la captación de recursos propios descargando parte del presupuesto de funcionamiento de la universidad sobre los bolsillos de los estudiantes (privatización) lo que supone acentuar la discriminación social y económica. Todo esto mientras se alienta y se permite la libre apertura de universidades privadas en cuya base está el interés por hacer negocio con la educación.
Tenemos que subrayar, que la solución al problema de la educación está más allá de las recetas pedagógicas, técnicas y administrativas con las que se pretende camuflar una política decididamente oscurantista y anticientífica. La prédica de una escuela y universidad “de excelencia”, crisol para el cultivo de la sociedad igualitaria y solidaria, impulsora del desarrollo económico a partir del conocimiento, en el marco de la sociedad actual basada en la desigualdad y el egoísmo individualista, no es más que un discurso falso con el que se busca preservar un orden social perverso y definitivamente caduco.
La universidad pública en nuestro país ni es tan mala como los gobiernos de turno quieren mostrarla, ni tan buena como quisiéramos que sea. Hablando con propiedad, diremos que es tan mala como nuestra estructura social y económica le impone que sea. Las universidades privadas, las que se consideran mejores, no han logrado, salvo en el campo de la propaganda, colocarse por encima de las universidades públicas.
Pero, más allá de todo esto, la discusión sobre la calidad de la educación, debiera partir de atacar el problema fundamental de la educación que no es otro que el problema del conocimiento. La base de una pedagogía que busque la formación integral del hombre debiera partir de seguir las leyes del desarrollo del conocimiento cuyo fundamento es la interacción entre experiencia y consciencia, entre teoría y práctica.
Hay una diferencia abismal entre entrenar al estudiante o educarlo. Se lo entrena para que sea un instrumento dócil y eficiente: un robot; se lo educa para formarlo de modo que sea un elemento consciente, crítico y creativo. Tal parece que a los teóricos de la Reforma Educativa, no les interesa educar; están interesados sólo en entrenar. Entienden como sinónimo de excelencia académica, la robotización de los estudiantes y en ningún caso su formación integral.
La crisis de la educación es un problema mundial, no sólo boliviano. En todas partes la educación está en crisis y el origen de esta crisis está en el divorcio de teoría y práctica que resulta de la separación entre el trabajo manual e intelectual que se da en la base de la estructura económica. El conocimiento en el hombre es una consecuencia del trabajo en la producción social. Para transformar la naturaleza y obtener de ella lo que necesita, el hombre tiene que llegar
a conocer las leyes del mundo material. La práctica social en la producción ha jugado un papel fundamental en el desarrollo del cerebro humano y es éste el origen del conocimiento científico.
Conocer es transformar lo que existe en el mundo objetivo en conciencia para nosotros. La práctica es la experiencia social que se realiza en el proceso productivo. La teoría es su consecuencia y, a la vez, fuerza transformadora que reacciona sobre la práctica potenciándola. La educación que conocemos “educa” al margen de la práctica social en el proceso de la producción transmitiendo el conocimiento, histórica y socialmente acumulado, como teoría abstracta.
La tendencia es a hipertrofiar cada vez más al hombre en la especialización y la superespecialización. En el nivel más bajo: los trabajadores, condenados al trabajo manual reducido a operaciones simples sin ningún o muy poco acceso a la teoría. En el otro extremo: los intelectuales, los profesionales, los científicos, especializados en determinado tipo de conocimientos sin tener contacto directo con la práctica en el trabajo manual. A título de “excelencia”, “eficacia” y “eficiencia” se busca una cada vez mayor especialización del conocimiento y el entrenamiento del profesional en el manejo de técnicas, conocimientos y habilidades específicos para explotar al máximo la fuerza de trabajo. Es una educación deshumanizante. Una reforma educativa que busque superar el carácter repetitivo y memorístico de la transmisión y asimilación del conocimiento y la superespecialización deformante del espíritu del hombre, tendría que partir de tomar seriamente en cuenta las leyes del desarrollo del conocimiento, entendido este, repetimos, como el proceso de apropiación de lo que existe fuera de nosotros en consciencia para nosotros.
Proceso de descubrimiento, a partir de la práctica social de los hombres, de las leyes de la naturaleza, la sociedad y el mismo ser humano para transformarlas, mediante los métodos de la inferencia y deducción científicas, a la categoría de teoría que, como conocimiento aplicado, vuelva a la práctica social para contrastarse con la realidad y corregirse. En definitiva, creemos que la única forma de cambiar el contenido de la educación de modo que sirva para formar integralmente al hombre, sería ligándola al proceso de la producción social.
Una educación en la que los niños y los jóvenes a la vez que estudian la teoría, tuviesen la posibilidad de participar directamente en los distintos campos de la práctica social productiva, les daría la posibilidad primero: de descubrir sus aptitudes y vocación; segundo: de contrastar la teoría con la práctica superando la simple memorización y tercero: tener una actitud científica y una concepción global frente a la vida desde cualquier campo especializado del conocimiento.
3. La práctica pedagógica en la educación superior
Nos hemos referido a la tendencia a la superespecialización como una de las características de la educación actual. La superespecialización llevada al límite de la caricatura, es el origen de la existencia de “expertos en educación” que no son maestros y que jamás han educado a nadie y de la idea de que los docentes en la universidad deben convertirse en “especialistas en educación superior” con título para elevar el nivel académico en la universidad, embrollándose en la discusión de técnicas de enseñanza, al margen de su propia experiencia como docentes.
Creemos que un buen docente tiene primero que ser un buen investigador, un creador, una autoridad en su campo. Sólo así puede responder a las necesidades de formación de sus estudiantes y no ser un simple repetidor, más o menos hábil, de lo que ya está escrito en los libros. La didáctica sirve de muy poco si el docente no tiene nada nuevo que decir. El buen estudiante, aquel que estudia y se autoforma (que es como debe ser un estudiante universitario), bien puede prescindir del docente y reclamar contra él.
Una política que busque elevar el nivel académico debería partir, cuando menos, de impulsar seriamente la investigación (cosa que no ocurre), como punto de partida para mejorar académicamente a la universidad.
La discusión esquemática sobre los problemas de la enseñanza de una determinada disciplina tratando de imponer el método tal frente al método cual, o sobre si la clase debe ser magistral, participativa o de “tormenta de ideas”, o sobre si se debe enseñar a través de la solución de problemas, o de la exposición magistral de la teoría, o de las prácticas de laboratorio, o utilizando métodos audiovisuales, etc., etc., clasificando los distintos métodos y técnicas de enseñanza como cerrados y excluyentes, sólo demuestra que los “especialistas en educación superior” o nunca han enseñado a nadie, o son tan malos que su propia experiencia no les sirve para nada a la hora de encarar el problema.
Nuestra experiencia nos enseña que no existe un solo método; que a la hora de tratar de transmitir nuestros conocimientos a los estudiantes nos encontramos primero: con distintos tipos de estudiantes y, segundo: nos enfrentamos a nuestras propias limitaciones y virtudes. En realidad, el docente debería recurrir a cuanto método pueda serle útil y a distintos métodos según las circunstancias y según sus propias cualidades o habilidades. En definitiva el buen estudiante no es problema; cualquiera que sea el método y el catedrático, él puede seguir adelante; tampoco es problema el mal estudiante, el que no estudia; hágase lo que se haga, no aprenderá nada. El problema son los estudiantes medios, aquellos que arrastran consigo las desventajas de sus condiciones sociales, económicas o nacionales y los vicios de la escuela. Son los que toman desesperadamente apuntes en la clase y estudian básicamente de ellos, tienen dificultades en la comprensión de la lectura e inclusive tienen serios problemas con el idioma. Hay que recordar que en Bolivia, el castellano es en definitiva una lengua extraña para la mayoría de la población boliviana de origen aymara o quechua que, aunque habla con palabras en castellano, sigue utilizando la sintaxis y la estructura de su lengua de origen. Para ellos una buena o mala didáctica puede ser importante.
Nuestra realidad es esa y ningún docente puede simplemente ignorarla. Cada docente, esto naturalmente si está seriamente interesado en enseñar de la mejor manera posible, debería desarrollar
su propia didáctica recurriendo a sus mejores cualidades y recursos y a su propia experiencia de una manera crítica y creadora.
Aún en las condiciones de una educación divorciada de la práctica en la producción social, sobre la base del impulso a la investigación, hay siempre un lugar para la labor creadora, aunque fuera sólo en el plano limitado de la didáctica. Las experiencias del docente y también las de los estudiantes deberían socializarse a través de las publicaciones, de la discusión y la comparación, de la formación de escuelas didácticas que libremente compitan entre sí, pero de ningún modo por la vía burocrática y absurda de imponer la obligatoriedad a los docentes de titularse como pedagogos en educación superior.