UNIVERSIDAD Y SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO
A raíz de los cambios generados por la revolución informática y comunicacional, para muchos estudiosos del fenómeno, asistimos al comienzo de una nueva etapa en la historia humana: “la era de la información”, para Manuel Castells, “la sociedad del conocimiento” para Peter Drucker. Denominaciones éstas, que a pesar de su tinte eufemístico, son la expresión de la conmoción generada en la percepción, la imaginación y el pensamiento contemporáneo, por la actual revolución científico-digital y la globalización.
Cuando los intelectuales del mundo desarrollado afirman que asistimos a importantes cambios en el devenir histórico y, que esos cambios auguran tiempos mejores, para nosotros los ubicados en las orillas de la aldea global, la adhesión a ese optimismo solo puede ser parcial. Las revoluciones tecnológicas indudablemente han traído grandes beneficios a toda la humanidad. Pero como lo demuestra la historia de revoluciones similares: la revolución industrial, la revolución científico-técnica, por sí mismas no logran ni siquiera paliar los grandes problemas de la mayoría de la humanidad: el hambre, la miseria, el analfabetismo, la guerra, la discriminación racial y social, la destrucción ecológica y la proliferación de viejas y nuevas epidemias. En esta perspectiva, sospechamos que la actual revolución pueda correr la misma suerte, por no existir el menor asomo de reorientaciones en las políticas del poder mundial.
Traemos la denominación “Sociedad del conocimiento” de Drucker, para retomar en nuestro medio, una discusión que atañe directamente a la escuela y a la universidad como las instituciones que tradicionalmente han sido las generadoras, transmisoras u obstaculizadoras del saber.
Las premisas del pensador austro-británico para sustentar que nos encontramos en los umbrales de la “sociedad del conocimiento”, son fundamentalmente dos. Primera, se ha llegado a un nivel tal de desarrollo de la ciencia humana, que actualmente el conocimiento se aplica al mismo conocimiento para desarrollarse y, Segunda, el conocimiento y la información son actualmente el único factor de producción, dejando a un lado los tradicionales: trabajo, tierra y capital.
En la concepción de Drucker, la nueva división del trabajo se da entre los trabajadores del conocimiento y los trabajadores manuales no calificados; al tiempo que el desarrollo de una empresa o un país estará determinado, no tanto por la capacidad de investigar y producir conocimiento, sino por la posibilidad de importarlo y readaptarlo.
Independientemente de que los anteriores postulados solo tengan validez práctica para una tercera parte del orbe, sus aristas alcanzan a permear toda prospección que hagamos del futuro mediato, en cualquier parte del mundo; sobre todo si se piensa en la institución universitaria.
Que el conocimiento sea el factor determinante de la sociedad es algo que todavía se puede discutir en nuestro medio; pero una institución universitaria pensada por fuera del conocimiento o al margen de la sociedad del conocimiento, difícilmente puede concebirse. Y decimos conocimiento, porque en su papel de centro cultural, la universidad hace ya algún tiempo que fue desplazada por los medios masivos de comunicación y entretenimiento.
El reto de ser parte de la nueva sociedad del conocimiento, es aún desconocido para la universidad, pues implica bajarse del lugar epicéntrico respecto al saber y la cultura, donde la había ubicado la modernidad ilustrada, para pasar a ganarse un lugar dentro de la baraja de posibilidades de acceder al conocimiento y la información que ofrece el mundo digitalizado, interconectado y globalizado.
En el nuevo papel de la universidad, según los analistas del mundo desarrollado, difícilmente puede estar el producir conocimiento. Pocos centros de investigación dependientes de universidades están en capacidad de hacerlo, entre otras cosas, porque producir nuevo conocimiento tiene unos costos tan altos que desbordan sus posibilidades. Las alianzas con las empresas que financian proyectos de investigación, solo funciona para el 0.5% de las universidades del mundo.
Aunque hagamos la objeción, de cientificismo y pragmatismo en las proyecciones primer mundistas, difícilmente se puede rebatir la hipótesis de que el papel de la universidad respecto al saber está cambiando diametralmente. Aceptar que en la universidad no se produce conocimiento científico, ni conocimiento nuevo, es a penas el comienzo para afrontar la dura realidad de la institución universitaria en el contexto latinoamericano, e iniciar el camino de construcción de nuevos proyectos de universidad.
Duras tareas le esperan a la nueva universidad: posibilitar las herramientas para recepcionar, procesar y asimilar los paquetes de conocimiento que nos llegan del norte; filtrar, adaptar y aclimatar esos conocimientos a nuestro medio y necesidades.
¿No son acaso todos estos los retos centrales para la universidad en la sociedad del conocimiento?